Big Banana, Editorial Seix Barral.
Entre mis lecturas recientes se
encontraba Big Banana cuyo
título revela por un lado el
erotismo efervescente que contiene la obra y por el otro insinúa una
comparación hiperbólica entre The Big
Apple (New York)
y The Big Banana (Honduras)
para reafirmar el orgullo que se siente por la tierra amada. La madurez
literaria y la exquisitez de la prosa, ingeniosamente vestida de poesía, del
autor, Roberto Quesada, seducen e hipnotizan al lector desde el
principio. Las metáforas bien
logradas, abundan. Las
imágenes sensoriales nos ayudan a vivir y a
recrear los episodios que se cuentan. Las narraciones y diálogos están, de vez
en cuando, salpicados,
de un humor refrescante, que nos deleita. Pero sobre todo, en la prosa de
Roberto Quesada prevalece una
profundidad filosófica que invita a una revalorización
de los conceptos fundamentales de la vida, como son el amor, el sexo, el
infortunio, la determinación y la tenacidad, imprescindibles para el éxito o el
fracaso individual o colectivo de la gente. Big Banana es un
calidoscopio temático que permite una
consideración analítica desde planos y perspectivas diferentes. La excelsa
traducción del señor Walter Krochmal le permite al autor
saltar las barreras lingüísticas y ocupar un
espacio en el mundo
anglosajón para compartir propuestas
nuevas entre las que cabe señalar: 1) una visión optimista del
hispanoamericano; 2) el reconocimiento del talento hispano; 3) la necesidad de
emerger y de triunfar en un medio diferente al nuestro; 4) y la importancia de
no dejar que se nos mutilen los sueños.
Los personajes principales: Eduardo, Casagrande, Mirian y Javier funcionan en la novela como actos de una obra teatral gigantesca que se presenta diariamente en el escenario de la vida como bien dijo Hamlet. Existe una simbiosis entre Eduardo y Casagrande. El segundo es una visión futurista del primero. Eduardo rompe a través de Casagrande con los convencionalismos sexuales de la sociedad y nos pone frente a un ente de ficción filosófico, sensible y solidario con sus congéneres. El nombre de este personaje encierra un simbolismo que está en completa concordancia con su realidad. Cirlot, en su Diccionario de Símbolos nos da una definición de la palabra House (Casa) que encaja perfectamente con Casagrande: “Mystics have always traditionally considered the femenine aspect of the universe as a chest, a house or a wall, as well as an enclosed garden. Another symbolic association is that which equates the house (and the above, related forms) with the repository of all wisdom, that is, tradition itself”. Efectivamente, Casagrande representa un aspecto femenino del universo y una sapiencia que lo une con Eduardo. Existe un entendimiento metafísico entre ellos que los acerca pero que a la vez les permite ser los arquitectos de su sino. La determinación y la tenacidad de ambos, nos recuerda a Santiago, el personaje de El Viejo y el Mar de Ernest Hemingway. Ni Eduardo ni Casagrande son quejumbrosos; enfrentan los obstáculos que pretenden entorpecer sus metas y de ese modo completan como El Alquimista de Paulo Coelho su “historia personal”.
El autor de Big Banana reivindica la imagen estereotipada del hispanoamericano que vive en los Estados Unidos. Por eso nos presenta a un Eduardo optimista, triunfador que viene en busca de una meta y que la alcanza. Eduardo es un hombre que está firmemente convencido de que los espacios geográficos ayudan, pero lo determinante, lo crucial para el éxito es el deseo intrínseco de triunfar que llevemos por dentro y el talento genuino que poseamos para actuar magistralmente el papel que nos haya tocado en la vida. La voz narrativa corrobora con lo antes dicho cuando dice: “It wasn’t that hard to come by success because he had the essential ingredient: talent”. El Eduardo de Big Banana es un hombre culto, sagaz, decidido que no le teme a nada ni a nadie. El es la viva imagen del hispanoamericano que viene a aportar su intelecto, su fuerza laboral, su cultura, y su idioma a los Estados Unidos para fortalecer la economía y el acervo cultural de esta nación. Él siente una fascinación por la ciudad de Nueva York y descubre en ella un silencio que le permite entender mejor la complejidad de la conducta humana y la crueldad y la indiferencia de la gente que no se inmuta ante los cataclismos de la vida. La pureza y la belleza armónica de la nieve le dan un toque mágico y místico a la ciudad que lo estremece. Eduardo no es el emigrante resentido y amargado que se arrincona y se deja apabullar por la metrópolis, más bien él explora, disfruta, e idealiza el entorno y así, la ciudad se hace suya. Él disfruta y aprovecha el acrisolamiento cultural de Nueva York y lo utiliza para alcanzar su meta: obtener un papel importante como actor en un teatro famoso de Broadway. El personaje principal de la novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust nos dice: “Es, pues, menester que el artista -y eso hizo Vinteuil-, si quiere que su obra pueda seguir su camino, la lance donde haya bastante profundidad, en pleno y remoto porvenir.” El protagonista de Big Banana viene a Nueva York porque está consciente de que aquí está la profundidad que él necesita para lanzarse hacia el éxito rotundo. La determinación y la tenacidad de Eduardo hicieron posible que este consiguiera una audición nada menos que con Steven Spielberg. El joven se somete a la prueba; deja perplejo al maestro; sale victorioso y demuestra que lo fundamental es el talento. Así es como se gana un papel importante en el teatro gigante de la vida.
Eduardo, al igual que Don Quijote, tiene un amor idílico: Mirian. Ella representa la idealización que el hombre tiene de la mujer perfecta. Mirian se preocupa por los problemas que aquejan a la humanidad tales como las guerras, la violencia, el racismo, la discriminación étnica, pero su preocupación está dentro del margen normal porque no es noticia que las mujeres se han preocupado por estos problemas siempre. Mirian es una cineasta obsesionada con James Bond. Ella es sagaz, como su Quijote. Transgrede los espacios cerrados y cruza el abismo de las fronteras para asistir al encuentro del amor. Lo desafía todo y se burla de la moral arcaica de la sociedad igual que Eduardo y Casagrande. Mirian es una extensión del propio Eduardo, por eso su imagen aparece un poco masculinizada en la obra. Ella es una súper mujer que no existe en la realidad, por eso vive esa fantasía absurda con James Bond. Mirian es una posibilidad, una proyección de Eduardo que se perpetúa en el mundo femenino, de hecho ella es la que al final va a escribir la novela que Steven Spielberg pide.
Habría que quitarle crédito al escritor por presentar reiteradas veces la imagen de la mujer objeto, mujer placer, en la obra. Las mujeres, exceptuando a Mirian que no es más que un desdoblamiento de Eduardo Lin, como ya se dijo anteriormente, no tienen una voz auténtica para comunicarse con el lector, por lo tanto, el aparente “desequilibrio sexual” de ellas queda en el velo del silencio. No obstante, le tendríamos que devolver parte del crédito retirado porque por lo menos permite que Rosa, la esposa de José, se libere de las garras de la sumisión enfermiza y de la subordinación marital en la que con tanta frecuencia caen muchas mujeres.
Big Banana es una novela que se puede utilizar con propósito didáctico ya que enfrenta a jóvenes y adultos con uno de los monstruos más temidos: las drogas. La tragedia de Javier, uno de los personajes de la obra, viene de una decepción amorosa y nos pone a pensar acerca de una verdad cruda: los drogadictos, los homeless (desamparados) de esta indomable potencia. La imagen desgarrante de Javier, convertido en un desamparado, se diluye entre la multitud y la velocidad de un tren que tiene prisa por llegar a cualquier parte y nos recuerda a Vallejo cuando dice: “hay golpes en la vida... yo no sé”. La sociedad tiene el deber de educar mejor a las personas para que aprendan a combatir la autodestrucción en los momentos difíciles que les han de venir. Javier quedó atolondrado cuando perdió el amor de la mujer amada y trató el peor de los remedios: el escapismo que le ofrecían las drogas. La sociedad tiene el deber de proveer entrenamientos especiales a través de la educación académica que enseñen a la gente a buscar alternativas más inteligentes para manejar sus fracasos emocionales y los golpes de la vida. El escritor de Big Banana, Roberto Quesada, demuestra, por lo que escribe, una gran preocupación por los males que aquejan a la humanidad de hoy día entre los que podemos mencionar: las guerras, el racismo, las drogas, la violencia, y los prejuicios sociales, por eso pudo escribir una novela como esa, un reto a la humanidad para que encontremos soluciones que corrijan dichos males y para que recuperemos la costumbre de reír que casi nos ha abandonado. ¡Bravo, señor Quesada!, y ¡enhorabuena!
Los personajes principales: Eduardo, Casagrande, Mirian y Javier funcionan en la novela como actos de una obra teatral gigantesca que se presenta diariamente en el escenario de la vida como bien dijo Hamlet. Existe una simbiosis entre Eduardo y Casagrande. El segundo es una visión futurista del primero. Eduardo rompe a través de Casagrande con los convencionalismos sexuales de la sociedad y nos pone frente a un ente de ficción filosófico, sensible y solidario con sus congéneres. El nombre de este personaje encierra un simbolismo que está en completa concordancia con su realidad. Cirlot, en su Diccionario de Símbolos nos da una definición de la palabra House (Casa) que encaja perfectamente con Casagrande: “Mystics have always traditionally considered the femenine aspect of the universe as a chest, a house or a wall, as well as an enclosed garden. Another symbolic association is that which equates the house (and the above, related forms) with the repository of all wisdom, that is, tradition itself”. Efectivamente, Casagrande representa un aspecto femenino del universo y una sapiencia que lo une con Eduardo. Existe un entendimiento metafísico entre ellos que los acerca pero que a la vez les permite ser los arquitectos de su sino. La determinación y la tenacidad de ambos, nos recuerda a Santiago, el personaje de El Viejo y el Mar de Ernest Hemingway. Ni Eduardo ni Casagrande son quejumbrosos; enfrentan los obstáculos que pretenden entorpecer sus metas y de ese modo completan como El Alquimista de Paulo Coelho su “historia personal”.
El autor de Big Banana reivindica la imagen estereotipada del hispanoamericano que vive en los Estados Unidos. Por eso nos presenta a un Eduardo optimista, triunfador que viene en busca de una meta y que la alcanza. Eduardo es un hombre que está firmemente convencido de que los espacios geográficos ayudan, pero lo determinante, lo crucial para el éxito es el deseo intrínseco de triunfar que llevemos por dentro y el talento genuino que poseamos para actuar magistralmente el papel que nos haya tocado en la vida. La voz narrativa corrobora con lo antes dicho cuando dice: “It wasn’t that hard to come by success because he had the essential ingredient: talent”. El Eduardo de Big Banana es un hombre culto, sagaz, decidido que no le teme a nada ni a nadie. El es la viva imagen del hispanoamericano que viene a aportar su intelecto, su fuerza laboral, su cultura, y su idioma a los Estados Unidos para fortalecer la economía y el acervo cultural de esta nación. Él siente una fascinación por la ciudad de Nueva York y descubre en ella un silencio que le permite entender mejor la complejidad de la conducta humana y la crueldad y la indiferencia de la gente que no se inmuta ante los cataclismos de la vida. La pureza y la belleza armónica de la nieve le dan un toque mágico y místico a la ciudad que lo estremece. Eduardo no es el emigrante resentido y amargado que se arrincona y se deja apabullar por la metrópolis, más bien él explora, disfruta, e idealiza el entorno y así, la ciudad se hace suya. Él disfruta y aprovecha el acrisolamiento cultural de Nueva York y lo utiliza para alcanzar su meta: obtener un papel importante como actor en un teatro famoso de Broadway. El personaje principal de la novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust nos dice: “Es, pues, menester que el artista -y eso hizo Vinteuil-, si quiere que su obra pueda seguir su camino, la lance donde haya bastante profundidad, en pleno y remoto porvenir.” El protagonista de Big Banana viene a Nueva York porque está consciente de que aquí está la profundidad que él necesita para lanzarse hacia el éxito rotundo. La determinación y la tenacidad de Eduardo hicieron posible que este consiguiera una audición nada menos que con Steven Spielberg. El joven se somete a la prueba; deja perplejo al maestro; sale victorioso y demuestra que lo fundamental es el talento. Así es como se gana un papel importante en el teatro gigante de la vida.
Eduardo, al igual que Don Quijote, tiene un amor idílico: Mirian. Ella representa la idealización que el hombre tiene de la mujer perfecta. Mirian se preocupa por los problemas que aquejan a la humanidad tales como las guerras, la violencia, el racismo, la discriminación étnica, pero su preocupación está dentro del margen normal porque no es noticia que las mujeres se han preocupado por estos problemas siempre. Mirian es una cineasta obsesionada con James Bond. Ella es sagaz, como su Quijote. Transgrede los espacios cerrados y cruza el abismo de las fronteras para asistir al encuentro del amor. Lo desafía todo y se burla de la moral arcaica de la sociedad igual que Eduardo y Casagrande. Mirian es una extensión del propio Eduardo, por eso su imagen aparece un poco masculinizada en la obra. Ella es una súper mujer que no existe en la realidad, por eso vive esa fantasía absurda con James Bond. Mirian es una posibilidad, una proyección de Eduardo que se perpetúa en el mundo femenino, de hecho ella es la que al final va a escribir la novela que Steven Spielberg pide.
Habría que quitarle crédito al escritor por presentar reiteradas veces la imagen de la mujer objeto, mujer placer, en la obra. Las mujeres, exceptuando a Mirian que no es más que un desdoblamiento de Eduardo Lin, como ya se dijo anteriormente, no tienen una voz auténtica para comunicarse con el lector, por lo tanto, el aparente “desequilibrio sexual” de ellas queda en el velo del silencio. No obstante, le tendríamos que devolver parte del crédito retirado porque por lo menos permite que Rosa, la esposa de José, se libere de las garras de la sumisión enfermiza y de la subordinación marital en la que con tanta frecuencia caen muchas mujeres.
Big Banana es una novela que se puede utilizar con propósito didáctico ya que enfrenta a jóvenes y adultos con uno de los monstruos más temidos: las drogas. La tragedia de Javier, uno de los personajes de la obra, viene de una decepción amorosa y nos pone a pensar acerca de una verdad cruda: los drogadictos, los homeless (desamparados) de esta indomable potencia. La imagen desgarrante de Javier, convertido en un desamparado, se diluye entre la multitud y la velocidad de un tren que tiene prisa por llegar a cualquier parte y nos recuerda a Vallejo cuando dice: “hay golpes en la vida... yo no sé”. La sociedad tiene el deber de educar mejor a las personas para que aprendan a combatir la autodestrucción en los momentos difíciles que les han de venir. Javier quedó atolondrado cuando perdió el amor de la mujer amada y trató el peor de los remedios: el escapismo que le ofrecían las drogas. La sociedad tiene el deber de proveer entrenamientos especiales a través de la educación académica que enseñen a la gente a buscar alternativas más inteligentes para manejar sus fracasos emocionales y los golpes de la vida. El escritor de Big Banana, Roberto Quesada, demuestra, por lo que escribe, una gran preocupación por los males que aquejan a la humanidad de hoy día entre los que podemos mencionar: las guerras, el racismo, las drogas, la violencia, y los prejuicios sociales, por eso pudo escribir una novela como esa, un reto a la humanidad para que encontremos soluciones que corrijan dichos males y para que recuperemos la costumbre de reír que casi nos ha abandonado. ¡Bravo, señor Quesada!, y ¡enhorabuena!
Teonilda Madera
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